sábado, 26 de abril de 2014

Sócrates

Sócrates
... más sabia es la que sabe lo que no sabe...
Sofía se puso un vestido de verano y bajó a la cocina. Su madre estaba inclinada sobre
la encimera. Decidió no decirle nada sobre el pañuelo de seda.
—¿Has recogido el periódico? — se le escapó a Sofía.
La madre se volvió hacia ella.
—¿Me haces el favor de recogerlo tú?
Sofía se fue corriendo al jardín y se inclinó sobre el buzón verde.
Solamente un periódico. Era pronto para esperar respuesta a su carta. En la portada
del periódico leyó unas lineas sobre los cascos azules de las Naciones Unidas en el
Líbano.
Los cascos azules... ¿No era lo que ponía en el sello de la postal del padre de Hilde?
Pero llevaba sellos noruegos. A lo mejor los cascos azules de las Naciones Unidas
llevaban consigo su propia oficina de correos.
Cuando su madre hubo terminado en la cocina, le dijo a Sofía medio en broma:
—Vaya, sí que te interesa el periódico.
Afortunadamente no dijo nada más sobre buzones y cosas por el estilo, ni durante el
desayuno ni más tarde, en el transcurso del día. Cuando se fue a hacer la compra, Sofía
cogió la carta sobre la fe en el destino y se la llevó al Callejón.
El corazón le dio un vuelco cuando de repente vio un sobrecito blanco junto a la caja
que contenía las cartas del profesor de filosofía. Sofía estaba segura de que no la había
dejado allí.
También este sobre estaba mojado por los bordes, y tenía, exactamente como el
anterior, un par de profundas incisiones.
¿Había estado ahí el profesor de filosofía? ¿Conocía su escondite más secreto? ¿Pero
por qué estaban mojados los sobres?
Sofía daba vueltas a todas esas preguntas. Abrió el sobre y leyó la nota.
Querida Sofía. He leído tu carta con gran interés, y también con un poco de pesar,
ya que tendré que desilusionarte respecto a lo de las visitas para tomar café y esas
cosas. Un día nos conoceremos, pero pasará bastante tiempo hasta que pueda aparecer
por tu calle.
Además, debo añadir que a partir de ahora no podré llevarte las cartas personalmente. A la larga, sería demasiado arriesgado. A partir de ahora, mi pequeño
mensajero te las llevará, y las depositará directamente en el lugar secreto del jardín.
Puedes seguir poniéndote en contacto conmigo cuando sientas necesidad de ello.
En ese caso, tendrás que poner un sobre de color rosa con una galletita dulce o un
terrón de azúcar dentro. Cuando mi mensajero descubra una carta así, me traerá el
correo.
P. D. No es muy agradable tener que rechazar tu invitación a tomar café, pero a
veces resulta totalmente necesario.
P. D P. D. Si encontraras un pañuelo rojo de seda, ruego lo guardes bien. De vez en
cuando, objetos de este tipo se cambian por error en colegios y lugares así, y ésta es
una escuela de filosofía.
Saludos, Alberto Knox.
Sofía tenía catorce años y en el transcurso de su vida había recibido unas cuantas
cartas, por Navidad, su cumpleaños y fechas parecidas. Pero esta carta era la más curiosa
que había recibido jamás.
No llevaba ningún sello. Ni siquiera había sido metida en el buzón. Esta carta había
sido llevada directamente al lugar secretísimo de Sofía dentro del viejo seto. También
resultaba curioso que la carta se hubiera mojado en ese día primaveral tan seco.
Lo más raro de todo era, desde luego, el pañuelo de seda. El profesor de filosofía
también tenía otro alumno. ¡Vale! Y ese otro alumno había perdido un pañuelo rojo de
seda. ¡Vale! ¿Pero cómo había podido perder el pañuelo debajo de la cama de Sofía?
Y Alberto Knox... ¿No era ése un nombre muy extraño?
Con esta carta se confirmaba, al menos, que existía una conexión entre el profesor de
filosofía y Hilde Møller Knag. Pero lo que resultaba completamente incomprensible era
que también el padre de Hilde hubiera confundido las direcciones.
Sofía se quedó sentada un largo rato meditando sobre la relación que pudiese haber
entre Hilde y ella. Al final, suspiró resignada. El profesor de filosofía había escrito que un
día le conocería. ¿Conocería a Hilde también?
Dio la vuelta a la hoja y descubrió que había también algunas frases escritas al dorso:
¿Existe un pudor natural?
Más sabia es la que sabe lo que no sabe
La verdadera comprensión viene de dentro
Quien sabe lo que es correcto también hará lo correcto.
Sofía comprendió que las frases cortas que venían en el sobre blanco la iban a
preparar para el próximo sobre grande que llegaría muy poco tiempo después. Se le ocurrió
una cosa: si el mensajero, iba a depositar el sobre ahí, en el Callejón, podía simplemente
ponerse a esperarle. ¿O sería ella? ¡En ese caso se agarraría a esa persona hasta que el o
ella le contara algo mas del filósofo! En la carta ponía, además, que el mensajero era
pequeño. ¿Se trataría de un niño?
¿Existe un pudor natural?
Sofía sabía que«pudor» era una palabra anticuada que significaba «timidez»; por
ejemplo, sentir pudor por que alguien te vea desnudo. ¿Pero era en realidad natural
sentirse intimidado por ello?
Decir que algo es natural, significa que es algo aplicable a la mayoría de las personas.
Pero en muchas partes del mundo, era natural ir desnudo. ¿Entonces, era la sociedad
la que decidía lo que se podía y lo que no se podía hacer? Cuando la abuela era joven, por
ejemplo, no se podía tomar el sol en top less. Pero, hoy en día, la mayoría opinaba que era
algo natural; aunque en muchos países sigue estando terminantemente prohibido. Sofía
se rascó la cabeza. ¿Era esto filosofía?
Y luego la siguiente frase: «Más sabia es la que sabe lo que no sabe».
¿Más sabia que quién? Si lo que quería decir el filósofo era que, una que era
consciente de que no sabía todo, era más sabia que una que sabía igual de poco, pero
que, sin embargo, se imaginaba saber un montón, entonces no resultaba difícil estar de
acuerdo. Sofía nunca había pensado en esto antes. Pero cuanto más pensaba en ello, más
claro le parecía que el saber lo que uno no sabe, también es, en realidad, una forma de
saber. No aguantaba a esa gente tan segura de saber un montón de cosas de las que no
tenía ni idea.
Y luego eso de que los verdaderos conocimientos vienen de dentro. ¿Pero no vienen
en algún momento todos los conocimientos desde fuera, antes de entrar en la cabeza de
la gente? Por otra parte, Sofía se acordaba de situaciones en las que su madre o los
profesores le habían intentado enseñar algo que ella había sido reacia a aprender. Cuando
verdaderamente había aprendido algo, de alguna manera, ella había contribuido con algo.
Cuando de repente había entendido algo, eso era quizás a lo que se llamaba
«comprensión».
Pues sí, Sofía opinaba que se había defendido bastante bien en los primeros ejercicios.
Pero la siguiente afirmación era tan extraña que simplemente se echó a reír: «Quien sepa
lo que es correcto también hará lo correcto.»
¿Significaba eso que cuando un ladrón robaba un banco lo hacía porque no sabía que
no era correcto? Sofía no lo creía. Al contrario, pensaba que niños y adultos eran capaces
de hacer muchas tonterías, de las que a lo mejor se arrepentían más tarde, y que
precisamente lo hacían a pesar de saber que no estaba bien lo que hacían.
Mientras meditaba sobre esto, oyó crujir unas hojas secas al otro lado del seto que
daba al gran bosque. ¿Sería acaso el mensajero? Sofía tuvo la sensación de que su
corazón daba un salto. Pero aún tuvo mas miedo al oír que lo que se acercaba respiraba
como un animal.
De repente vio un gran perro que había conseguido meterse en el Callejón desde el
bosque. Tenía que ser un labrador. En la boca llevaba un sobre amarillo grande, que soltó
justamente delante de las rodillas de Sofía. Todo sucedió con tanta rapidez que Sofía no
tuvo tiempo de reaccionar. En unos instantes tuvo el sobre en la mano, pero el perro se
había esfumado. Cuando todo hubo pasado, reaccionó. Puso las manos sobre las piernas
y empezó a llorar.
No sabía cuánto tiempo había permanecido así, pero al cabo de un rato volvió a
levantar la vista.
¡Conque ése era el mensajero! Sofía respiró aliviada. Esa era la razón por la que los
sobres blancos siempre estaban mojados por los bordes. Y ahora resultaba evidente por
qué tenía como incisiones en el papel. ¿Cómo no se le había ocurrido? Además, ahora
tenía cierta lógica la orden de meter una galleta dulce o un terrón de azúcar en el sobre que
ella mandara al filósofo.
No pensaba siempre tan rápidamente como le hubiera gustado. No obstante, era
indiscutible que tener a un perro bien enseñado como mensajero era algo bastante
insólito. Al menos podía abandonar la idea de obligar al mensajero a revelar dónde se
encontraba Alberto Knox.
Sofía abrió el voluminoso sobre y se puso a leer.
La filosofía en Atenas
Querida Sofía: Cuando leas esto, ya habrás conocido probablemente a
Hermes. Para que no quepa ninguna duda, debo añadir que es un perro. Pero eso
no te debe preocupar. Él es muy bueno, y además mucho mas inteligente que
muchas personas. O, por lo menos, no pretende ser más inteligente de lo que es.
También debes tomar nota de que su nombre no ha sido elegido totalmente al
azar.
Hermes era el mensajero de los dioses griegos. También era el dios de los
navegantes, pero eso no nos concierne a nosotros, al menos no por ahora. Lo que
es más importante es que Hermes también ha dado nombre a la palabra
hermético, que significa oculto o inaccesible. Va muy bien con la manera en que
Hermes nos mantiene a los dos, ocultos el uno al otro.
Con esto he presentado al mensajero. Obedece, como es natural, a su
nombre, y es, en general, bastante bien educado.
Volvamos a la filosofía. Ya hemos concluido la primera parte; es decir, la
filosofía de la naturaleza, la ruptura con la concepción mítica del mundo. Ahora
vamos a conocer a los tres filósofos más grandes de la Antigüedad. Se llaman
Sócrates, Platón y Aristóteles. Estos tres filósofos dejaron, cada uno a su
manera, sus huellas en la civilización europea.
A los filósofos de la naturaleza se les llama a menudo presocráticos, porque
vivieron antes de Sócrates. Es verdad que Demócrito murió un par de años
después que Sócrates, pero su manera de pensar pertenece a la filosofía de la
naturaleza presocrática. Además no marcamos únicamente una separación
temporal con Sócrates, también nos vamos a trasladar un poco geográficamente,
ya que Sócrates es el primer filósofo nacido en Atenas, y tanto él como sus dos
sucesores vivieron y actuaron en Atenas. Quizás recuerdes que también
Anaxágoras vivió durante algún tiempo en esa ciudad, pero fue expulsado por decir
que el sol era una esfera de fuego. ( Tampoco le fue mejor a Sócrates). Desde los
tiempos de Sócrates, la vida cultural griega se concentró en Atenas. Pero aún es
más importante tener en cuenta que el mismo proyecto filosófico cambia de
características al pasar de los filósofos de la naturaleza a Sócrates.
¡Se levanta el telón, Sofía! La historia del pensamiento es como un drama en
muchos actos.
El hombre en el centro
Desde aproximadamente el año 450 a. de C., Atenas se convirtió en el centro
cultural del mundo griego. Y también la filosofía tomó un nuevo rumbo. Los
filósofos de la naturaleza fueron ante todo investigadores de la naturaleza. Por ello
ocupan también un importante lugar en la historia de la ciencia.
En Atenas, el interés comenzó a centrarse en el ser humano y en el lugar de
éste en la sociedad. En Atenas se iba desarrollando una democracia con
asamblea popular y tribunales de justicia. Una condición previa de la democracia
era que el pueblo recibiera la enseñanza necesaria para poder participar en el
proceso de democratización. También en nuestros días sabemos que una joven
democracia requiere que el pueblo reciba una buena enseñanza. En Atenas, por
lo tanto, era muy importante dominar, sobre todo, el arte de la retórica.
Desde las colonias griegas, pronto acudió a Atenas un gran grupo de
profesores y filósofos errantes. Estos se llamaban a sí mismos sofistas. La
palabra sofista significa persona sabia o hábil. En Atenas los sofistas vivían de
enseñar a los ciudadanos.
Los sofistas tenían un importante rasgo en común con los filósofos de la
naturaleza: el adoptar una postura crítica ante los mitos tradicionales. Pero, al
mismo tiempo, los sofistas rechazaron lo que entendían como especulaciones
filosóficas inútiles. Opinaban que, aunque quizás existiera una respuesta a las
preguntas filosóficas, los seres humanos no serían capaces de encontrar
respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y del universo. Ese punto de
vista se llama escepticismo en filosofía.
Pero aunque no seamos capaces de encontrar la respuesta a todos los
enigmas de la naturaleza, sabemos que somos seres humanos obligados a
convivir en sociedad. Los sofistas optaron por interesarse por el ser humano y por
su lugar en la sociedad.
El hombre es la medida de todas las cosas, decía el sofista Protágoras (aprox.487-420 a. de C.), con lo que quería decir que siempre hay que valorar lo que es bueno o malo, correcto o equivocado, en relación con las necesidades del hombre.Cuando le preguntaron si creía en los dioses griegos, contestó que el asunto es
complicado y la vida humana es breve. A los que, como él, no saben pronunciarse con seguridad sobre la pregunta de si existe o no un dios, los llamamos agnósticos.
Los sofistas viajaron mucho por el mundo, y habían visto muchos regímenes distintos. Podían variar mucho, de un lugar a otro, las costumbres y las leyes de los Estados. De ese modo, los sofistas crearon un debate en Atenas sobre qué era lo que estaba determinado por la naturaleza y qué creado por la sociedad. Así
pusieron los cimientos de una crítica social en la ciudad-estado de Atenas.Señalaron, por ejemplo, que expresiones tales como «pudor natural» no
siempre concordaban con la realidad. Porque si es natural tener pudor, tiene que
ser algo innato. ¿Pero es innato, Sofía, o es un sentimiento creado por la
sociedad? A una persona que ha viajado por el mundo, la respuesta le resulta fácil:
no es natural o innato tener miedo a mostrarse desnudo. El pudor, o la falta de
pudor, está relacionado con las costumbres de la sociedad.
Como podrás entender, los sofistas errantes crearon amargos debates en la
sociedad ateniense, señalando que no había normas absolutas sobre lo que es
correcto o erróneo. Sócrates, por otra parte, intentó mostrar que sí existen algunas
normas absolutas y universales.
¿Quien era Sócrates?
Sócrates (470-399 a. de C.) es quizás el personaje más enigmático de toda la
historia de la filosofía. No escribió nada en absoluto. Y sin embargo, es uno de los
filósofos que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento europeo. Esto se
debe en parte a su dramática muerte.
Sabemos que nació en Atenas y que pasó la mayor parte de su vida por calles
y plazas conversando con la gente con la que se topaba. Los árboles en el campo
no me pueden enseñar nada, decía. A menudo se quedaba inmóvil, de pie, en
profunda meditación durante horas.
Ya en vida fue considerado una persona enigmática y, al poco tiempo de morir,
como el artífice de una serie de distintas corrientes filosóficas. Precisamente
porque era tan enigmático y ambiguo, podía ser utilizado en provecho de corrientes
completamente diferentes.
Lo que es seguro es que feo de remate. Era bajito y gordo, con ojos saltones
y nariz respingona. Pero interiormente era, se decía, «maravilloso». También se
decía de él: Se puede buscar y rebuscar en su propia época, se puede buscar y
rebuscar en el pasado, pero nunca se encontrará a nadie como él. Y, sin embargo,
fue condenado a muerte por su actividad filosófica.
La vida de Sócrates se conoce sobre todo a través de Platón, que fue su
alumno y que, por otra parte, sería uno de los filósofos más grandes de la historia.
Platón escribió muchos diálogos —o conversaciones filosóficas— en los que
utilizaba a Sócrates como portavoz.
No podemos estar completamente seguros de que las palabras que Platón
pone en boca de Sócrates fueran verdaderamente pronunciadas por Sócrates, y,
por ello, resulta un poco difícil separar entre lo que era la doctrina de Sócrates y
las palabras del propio Platón. Este problema también surge con otros personajes
históricos que no dejaron ninguna fuente escrita. El ejemplo más conocido de esto
es, sin duda, Jesucristo. No podemos estar seguros de que el Jesús histórico
dijera verdaderamente lo que ponen en su boca Mateo o Lucas. Lo mismo pasa
también con lo que dijo el «Sócrates histórico».
Sin embargo, no es tan importante saber quién era Sócrates verdaderamente.
Es, ante todo, la imagen que nos proporciona Platón de Sócrates la que ha
inspirado a los pensadores de Occidente durante casi 2.500 años.
El arte de conversar
La propia esencia de la actividad de Sócrates es que su objetivo no era enseñar
a la gente. Daba más bien la impresión de que aprendía de las personas con las
que hablaba. De modo que no enseñaba como cualquier maestro de escuela. No,
no, él conversaba.
Está claro que no se habría convertido en un famoso filósofo si sólo hubiera
escuchado a los demás. Y tampoco le habrían condenado a muerte, claro está.
Pero, sobre todo, al principio solía simplemente hacer preguntas, dando a
entender que no sabía nada. En el transcurso de la conversación, solía conseguir
que su interlocutor viera los fallos de su propio razonamiento. Y entonces, podía
suceder que el otro se viera acorralado y, al final, tuviera que darse cuenta de lo
que era bueno y lo que era malo.
Se dice que la madre de Sócrates era comadrona, y Sócrates comparaba su
propia actividad con la del «arte de parir» de la comadrona. No es la comadrona
la que pare al niño. Simplemente está presente para ayudar durante el parto. Así,
Sócrates consideraba su misión ayudar a las personas a parir la debida
comprensión. Porque el verdadero conocimiento tiene que salir del interior de cada
uno. No puede ser impuesto por otros. Sólo el conocimiento que llega desde
dentro es el verdadero conocimiento.
Puntualizo: la capacidad de parir hijos es una facultad natural. De la misma
manera, todas las personas pueden llegar a entender las verdades filosóficas
cuando utilizan su razón. Cuando una persona «entra en juicio», recoge algo de
ella misma.
Precisamente haciéndose el ignorante, Sócrates obligaba a la gente con la que
se topaba a utilizar su sentido común. Sócrates se hacía el ignorante, es decir,
aparentaba ser más tonto de lo que era. Esto lo llamamos ironía socrática. De esa
manera, podía constantemente señalar los puntos débiles de la manera de pensar
de los atenienses. Esto solía suceder en plazas públicas. Un encuentro con
Sócrates podía significar quedar en ridículo ante un gran público.
Por lo tanto, no es de extrañar que Sócrates, a la larga, pudiera resultar
molesto e irritante, sobre todo para los que sostenían los poderes de la sociedad.
Atenas es como un caballo apático, decía Sócrates, y yo soy un moscardón que
intenta despertarlo y mantenerlo vivo. (¿Qué se hace con un moscardón, Sofía?
¿Me lo puedes decir?)
Una voz divina
No era con intención de torturar a su prójimo por lo que Sócrates les incordiaba
continuamente. Había algo dentro de él que no le dejaba elección. El solía decir
que tenía una «voz divina» en su interior. Sócrates protestaba, por ejemplo, contra
tener que participar en condenar a alguien a muerte. Además, se negaba a delatar
a adversarios políticos. Esto le costaría al final, la vida.
En 399 a. de C. fue acusado de «introducir nuevos dioses» y de «llevar a la
juventud por caminos equivocados».
Por una escasa mayoría, fue declarado culpable por un jurado de 500
miembros. Seguramente podría haber suplicado clemencia. Al menos, podría
haber salvado el pellejo si hubiera accedido a abandonar Atenas. Pero si lo hubiera
hecho, no habría sido Sócrates. El caso es que valoraba su propia conciencia —y
la verdad— más que su propia vida. Aseguró que había actuado por el bien del
Estado. Y, sin embargo, lo condenaron a muerte. Poco tiempo después, vació la
copa de veneno en presencia de sus amigos más íntimos. Luego cayó muerto al
suelo.
¿Por qué, Sofía? ¿Por qué tuvo que morir Sócrates? Esta pregunta ha sido
planteada por los seres humanos durante 2.400 años. Pero él no es la única
persona en la historia que ha ido hasta el final, muriendo por su convicción. Ya
mencioné a Jesús, y en realidad existen más puntos comunes entre Jesús y
Sócrates. Mencionaré algunos.
Tanto Jesús como Sócrates eran considerados personas enigmáticas por sus
contemporáneos. Ninguno de los dos escribió su mensaje, lo que significa que
dependemos totalmente de la imagen que de ellos dejaron sus discípulos. Lo que
está por encima de cualquier duda, es que los dos eran maestros en el arte de
conversar. Además, hablaban con una autosuficiencia que fascinaba e irritaba. Y
los dos pensaban que hablaban en nombre de algo mucho mayor que ellos
mismos. Desafiaron a los poderosos de la sociedad, criticando toda clase de
injusticia y abuso de poder. Y finalmente: esta actividad les costaría la vida.
También en lo que se refiere a los juicios contra Jesús y Sócrates, vemos
varios puntos comunes. Los dos podrían haber suplicado clemencia y haber
salvado, así, la vida. Pero pensaban que tenían una vocación que habrían
traicionado si no hubieran ido hasta el final. Precisamente yendo a la muerte con
la cabeza erguida, reunirían a miles de partidarios también después de su muerte.
Aunque hago esta comparación entre Jesús y Sócrates, no digo que fueran
iguales. Lo que he querido decir, ante todo, es que los dos tenían un mensaje que
no puede ser separado de su coraje personal.
Un comodín en Atenas
¡Sócrates, Sofía! No hemos acabado del todo con él, ¿sabes?. Hemos dicho
algo sobre su método. ¿Pero cuál fue su proyecto filosófico?
Sócrates vivió en el mismo tiempo que los sofistas. Como ellos se interesó
más por el ser humano y por su vida que por los problemas de los filósofos de la
naturaleza. Un filósofo romano — Cicerón — diría, unos siglos más tarde, que
Sócrates «hizo que la filosofía bajara del cielo a la tierra, y la dejó morar en las
ciudades y la introdujo en las casas, obligando a los seres humanos a pensar en
la vida, en las costumbres, en el bien y en el mal».
Pero Sócrates también se distinguía de los sofistas en un punto importante.
El no se consideraba sofista, es decir, una persona sabia o instruida. Al contrario
que los sofistas, no cobraba dinero por su enseñanza. Sócrates se llamaba
«filósofo», en el verdadero sentido de la palabra. «Filósofo» significa en realidad
«uno que busca conseguir sabiduría».
¿Estás cómoda, Sofía? Para el resto del curso de filosofía, es muy importante
que entiendas la diferencia entre un «sofista» y un «filósofo». Los sofistas
cobraban por sus explicaciones más o menos sutiles, y esos sofistas han ido
apareciendo y desapareciendo a través de toda la historia. Me refiero a todos esos
maestros de escuela y sabelotodos que, o están muy contentos con lo poco que
saben, o presumen de saber un montón de cosas de las que en realidad no tienen
ni idea. Seguramente habrás conocido a algunos de esos sofistas en tu corta vida.
Un verdadero filósofo, Sofía, es algo muy distinto, más bien lo contrario. Un
filósofo sabe que en realidad sabe muy poco, y, precisamente por eso, intenta una
y otra vez conseguir verdaderos conocimientos.
Sócrates fue un ser así, un ser raro. Se daba cuenta de que no sabía nada de
la vida ni del mundo, o más que eso: le molestaba seriamente saber tan poco. Un
filósofo es, pues, una persona que reconoce que hay un montón de cosas que no
entiende. Y eso le molesta. De esa manera es, al fin y al cabo, más sabio que
todos aquellos que presumen de saber cosas de las que no saben nada. «La más
sabia es la que sabe lo que no sabe», dije. Y Sócrates dijo que sólo sabía una
cosa: que no sabía nada. Toma nota de esta afirmación, porque ese
reconocimiento es una cosa rara, incluso entre filósofos. Además, puede resultar
tan peligroso si lo predicas públicamente que te puede costar la vida. Los que
preguntan, son siempre los más peligrosos. No resulta igual de peligroso
contestar. Una sola pregunta puede contener más pólvora que mil respuestas.

¿Has oído hablar del nuevo traje del emperador? En realidad, el emperador
estaba totalmente desnudo, pero ninguno de sus súbditos se atrevió a decírselo.
De pronto, hubo un niño que exclamó que el emperador estaba desnudo. Ése era
un niño valiente, Sofía. De la misma manera, Sócrates se atrevió a decir lo poco
que sabemos los seres humanos. Ya señalamos antes el parecido que hay entre
niños y filósofos.
Puntualizo: la humanidad se encuentra ante una serie de preguntas
importantes a las que no encontramos fácilmente buenas respuestas. Ahora se
ofrecen dos posibilidades: podemos engañarnos a nosotros mismos y al resto del
mundo, fingiendo que sabemos todo lo que merece la pena saber, o podemos
cerrar los ojos a las preguntas primordiales y renunciar, de una vez por todas, a
conseguir más conocimientos. De esta manera, la humanidad se divide en dos
partes. Por regla general, las personas, o están segurísimas de todo, o se
muestran indiferentes. (¡Las dos clases gatean muy abajo en la piel del conejo!)
Es como cuando divides una baraja en dos, mi querida Sofía. Se meten las cartas
rojas en un montón, y las negras en otro. Pero, de vez en cuando, sale de la
baraja un comodín, una carta que no es ni trébol, ni corazón, ni rombo, ni pica.
Sócrates fue un comodín de esas características en Atenas. No estaba ni
segurísimo, ni se mostraba indiferente. Solamente sabía que no sabía nada, y eso
le inquietaba. De modo que se hace filósofo el que incansablemente busca
conseguir conocimientos ciertos.
Se cuenta que un ateniense preguntó al oráculo de Delfos quién era el ser más
sabio de Atenas. El oráculo contestó que era Sócrates. Cuando Sócrates se
enteró, se extrañó muchísimo. (¡Creo que se echó a reír, Sofía!) Se fue en seguida
a la ciudad a ver a uno que, en opinión propia, y en la de muchos otros, era muy
sabio. Pero cuando resultó que ese hombre no era capaz de dar ninguna
respuesta cierta a las preguntas que Sócrates le hacía, éste entendió al final que
el oráculo tenía razón.
Para Sócrates era muy importante encontrar una base segura para nuestro
conocimiento. El pensaba que esta base se encontraba en la razón del hombre.
Con su fuerte fe en la razón del ser humano, era un típico racionalista.
Un conocimiento correcto conduce a acciones correctas
Ya mencioné que Sócrates pensaba que tenía por dentro una voz divina y que
esa «conciencia» le decía lo que estaba bien. «Quien sepa lo que es bueno,
también hará el bien», decía. Quería decir que conocimientos correctos conducen
a acciones correctas. Y sólo el que hace esto se convierte en un «ser correcto».
Cuando actuamos mal es porque desconocemos otra cosa. Por eso es tan
importante que aumentemos nuestros conocimientos.
Sócrates estaba precisamente buscando definiciones claras y universales de
lo que estaba bien y de lo que estaba mal. Al contrario que los sofistas, él
pensaba que la capacidad de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal
se encuentra en la razón, y no en la sociedad.
Quizás esto último te resulte un poco difícil de digerir, Sofía. Empiezo de
nuevo: Sócrates pensaba que era imposible ser feliz si uno actúa en contra de sus
convicciones. Y el que sepa cómo se llega a ser un hombre feliz, intentará serlo.
Por ello, quien sabe lo que está bien, también hará el bien, pues ninguna
persona querrá ser infeliz, ¿no?
¿Tú qué crees, Sofía? ¿Podrás vivir feliz si constantemente haces cosas que
en el fondo sabes que no están bien? Hay muchos que constantemente mienten,
y roban, y hablan mal de los demás. ¡De acuerdo! Seguramente saben que eso no
está bien, o que no es justo, si prefieres. ¿Pero crees que eso les hace felices?
Sócrates no pensaba así.
Cuando Sofía hubo leído la carta sobre Sócrates, la metió en la caja y salió al jardín.
Quería meterse en casa antes de que su madre volviera de la compra, para evitar un
montón de preguntas sobre dónde había estado. Además, había prometido fregar los
platos.
Estaba llenando de agua la pila cuando entro su madre con dos bolsas de compra.
Quizás por eso dijo:
— Pareces estar un poco en la luna últimamente, Sofía.
Sofía no sabía por que lo decía, simplemente se le escapó:
—Sócrates también lo estaba.
—¿Sócrates?
La madre abrió los ojos de par en par.
—Es una pena que tuviera que pagar con su vida por ello —prosiguió Sofía muy
pensativa.
—¡Pero Sofía! ¡Ya no sé qué decir!
—Tampoco lo sabía Sócrates. Lo Único que sabia era que no sabía nada en absoluto.
Y, sin embargo, era la persona más sabia de Atenas.
La madre estaba atónita. Al final dijo:
—¿Es algo que has aprendido en el instituto?
Sofía negó enérgicamente con la cabeza.
—Allí no aprendemos nada...
La gran diferencia entre un maestro de escuela y un auténtico filosofo es que el
maestro cree que sabe un montón e intenta obligar a los alumnos a aprender. Un filósofo
intenta averiguar las cosas junto con los alumnos.
—De modo que estamos hablando de conejos blancos... Sabes una cosa, pronto
exigiré que me digas quién es ese novio tuyo. Si no, empezaré a pensar que está un poco
tocado.
Sofía se volvió y señaló a su madre con el cepillo de fregar.
—No es él el que está tocado. Pero es un moscardón que estorba a los demás. Lo hace
para sacarles de su manera rutinaria de pensar.
—Bueno, déjalo ya. A mí me parece que debe de ser un poco respondón.
—No es ni respondón ni sabio. Pero intenta conseguir verdadera sabiduría. Ésa es la
diferencia entre un auténtico comodín y todas las demás cartas de la baraja.
—¿Comodín, has dicho?
Sofía asintió.
—¿Se te ha ocurrido que hay muchos corazones y muchos rombos en una baraja?
También hay muchos tréboles y picas. Pero sólo hay un comodín.
—Cómo contestas, hija mía.
—Y tú, cómo preguntas.
La madre había colocado toda la compra. Cogió el periódico y se fue a la sala de estar.
A Sofía le pareció que había cerrado la puerta dando un portazo.
Cuando hubo terminado de fregar los cacharros, subió a su habitación. Había metido
el pañuelo de seda roja en la parte de arriba de su armario, junto al lego. Ahora lo volvió
a bajar y lo miró detenidamente.

COMPRENSIÓN LECTORA

IDEA PRINCIPAL:
'' Más sabía es la persona que sabe lo que no sabe''

IDEA SECUNDARIA
*Alguien que es consciente de que no lo sabe todo es más sabio que otro que sabía igual de poco pero que sin embargo se imaginaba saber un montón.
*Los verdaderos conocimientos vienen desde adentro puesto que cuando se empeña en aprender algo se entiende mejor y esto llega a una mejor comprensión.


LA FILOSOFÍA EN ATENAS

IDEA PRINCIPAL: ''Ya concluida la primera parte, la filosofía de la naturaleza la ruptura con la concepción mítica del mundo. Siguen los tres filósofos más grandes de la antigüedad, Sócrates, Platón y Aristóteles, que diferentes maneras dejaron huellas en la civilización europea.

IDEAS SECUNDARIAS: 
*A los filósofos de la naturaleza se les llama a menudo ''presócraticos'' porque vivieron antes de Sócrates, aunque Demócrito murió un par de años después de él, su manera de pensar era presócratica.

*Desde los tiempos de Sócrates, la vida cultural griega se centró en Atenas, y aunque es más importante tener en cuenta que el mismo proyecto filosófico cambia de características al pasar de los filósofos de la naturaleza a Sócrates.

EL HOMBRE EN EL CENTRO

IDEA PRINCIPAL: ''Desde las colonias griegas acudió a Atenas un gran grupo de profesores y filósofos errantes. Éstos se llamaban a si mismos sofistas. La palabra ''sofista'' significaba persona sabía o hábil, en Atenas vivían de enseñar a los ciudadanos.
IDEAS SECUNDARIAS: 

*Los sofistas tenían una postura crítica ante los mitos tradicionales.También rechazaron lo que entendían como especulaciones filosóficas inútiles, opinaban que, aunque existiera una respuesta  a las preguntas filosóficas, los seres humanos no serían capaces de encontrar respuestas seguras a los misterios de la naturaleza y del universo, esto es lo que se llama escepticismo.

¿QUIÉN ERA SÓCRATES?

IDEA PRINCIPAL: ''Sócrates (470-399 a de C.) es quizás el personaje más enigmático de toda la historia de la filosofía.No escribió nada en absoluto y sin embargo, es uno de los filósofos que más influencia ha ejercido sobre el pensamiento europeo se debe en parte a su muerte''

IDEAS SECUNDARIAS:

*Ya en vida fue considerado como una persona enigmática, se decía de el ''Se puede buscar y rebuscar en su propia época, se puede buscar y rebuscar en el pasado, pero nunca se encontrará nadie como él'' 
*No podemos estar completamente seguros de que las palabras que Platón pone como palabras de Sócrates, fueran pronunciadas por el mismo, así que resulta difícil separar lo propio de Sócrates y las palabras de Platón,de igual forma, la imagen que Platón dio se Sócrates ha inspirado a pensadores de occidente durante casi 2.500 años.



El Destino

El destino
... el adivino intenta interpretar algo que en realidad no está nada
claro...

Sofía había estado vigilando la puerta de la verja del jardín, mientras leía sobre
Demócrito. Para asegurarse, decidió, no obstante, darse una vuelta por la puerta.
Al abrir la puerta exterior descubrió un sobrecito blanco fuera en la escalera. Y en el
sobre ponía «Sofía Amundsen».
¡De modo que la había engañado! Justo ese día, cuando con tanto celo había vigilado
el buzón, el filósofo misterioso se había acercado a la casa a escondidas desde otro lado
y simplemente había puesto la carta sobre la escalera, antes de darse a la fuga otra vez.
¡Demonios!
¿Cómo podía saber que Sofía iba a estar vigilando el buzón justamente ese día? ¿La
habrían visto él, o ella, en la ventana? A1 menos se alegraba de haber salvado el sobre
antes de que su madre llegara a casa.
Sofía volvió a su cuarto y abrió allí la carta. El sobre blanco estaba un poco mojado
por los bordes; además, tenía un par de profundos cortes. ¿Por qué? No había llovido en
varios días.
En la notita ponía:
¿Crees en el destino?
¿Son las enfermedades un castigo divino?
¿Cuáles son las fuerzas que dirigen la marcha de la historia?
¿Que si creía en el destino? No estaba muy segura. Pero conocía a mucha gente que
sí creía. Varias amigas de clase, por ejemplo, leían sus horóscopos en las revistas. Si
creían en la astrología, también creerían en el destin0, ya que los astrólogos pensaban que
la situación de las estrellas en el firmamento podía decir algo sobre la vida de las personas
en la Tierra.
Si se creía que un gato negro que cruzaba el camino significaba mala suerte, entonces
también se creería en el destino, pensaba Sofía. Cuanto mas pensaba en ello, más ejemplos
le salían de la fe en el destino. ¿Por qué se decía «toca madera, por ejemplo y por qué
martes trece era una día de mala suerte; Sofía había oído decir que muchos hoteles se
saltaban el número trece para las habitaciones. Se debería a que, a fin de cuentas, había
muchas personas supersticiosas.
«Superstición», por cierto, ¿no era una palabra extraña? Si creías en el cristianismo o
en el islám se llamaba «fe», pero si creías en astrología o en martes y trece, entonces se
convertía en seguida en «superstición».
¿Quién tenía derecho a llamar superstición a la fe de otras personas?
Por lo menos, Sofía estaba segura de una cosa: Demócrito no había creído en el
destino. Era materialista. Sólo había creído en los átomos y en el espacio vacío.
Sofía intentó pensar en las otras preguntas de la notita.
«¿Son las enfermedades un castigo divino?» Nadie creería eso hoy en día. Pero de
repente se acordó de que mucha gente pensaba que rezar a Dios ayudaba a curarse, así
que creerían que Dios tenía algo que ver en la cuestión de quién estaba sano y quién
estaba enfermo.
La última pregunta le resultaba mas difícil. :Sofía jamás había pensado en qué era lo
que dirigía el curso de la historia. ¿Serían las personas, no? Si fuera Dios o el destino, las
personas, no podrían tener libre albedrío.
El tema del libre albedrío le hizo pensar en otra cosa. ¿Porqué iba a tolerar que ese
misterioso filósofo jugara con ella al escondite? ¿Por que no podía ella escribirle una carta
al filósofo? Seguro que él, o ella, dejaría un nuevo sobre grande en el buzón en el
transcurso de la noche, o en algún momento de la mañana siguiente. Entonces, ella dejaría
una carta para el profesor de filosofía.
Sofía se puso en marcha. Le resultaba muy difícil escribir a alguien a quien jamás había
visto. Ni siquiera sabía si era un hombre o una mujer. Tampoco si era joven o viejo. Por
lo que sabía, incluso podría tratarse de una persona a la que ella conocía.
En poco tiempo había redactado una pequeña carta:
Muy respetado filósofo: En esta casa se aprecia con sumo agrado su generoso curso
de filosofía por correspondendia. Pero molesta no saber quién es usted. Le rogamos por
tanto presentarse con nombre completo. A cambio será invitado a entrar a tomar una
taza de café con nosotros, pero si puede ser, cuando mi madre no esté en casa. Ellas
trabaja todos los días de 7.30 a 17.00 de lunes a viernes. Yo soy estudiante, y tendré el
mismo horario, pero, excepto los jueves, siempre estoy en casa a partir de los dos y
cuarto. Además, el café me sale muy bueno. Le doy las gracias por anticipado. Saludos
de su atenta alumna. Sofía Amundsen, 14 años.
En la parte inferior de la hoja escribió: «Se ruega contestación».
A Sofía le pareció que la carta era demasiado formal. Pero no era fácil elegir las
palabras cuando se escribía a una persona sin rostro.
Metió la hoja en un sobre de color rosa y lo cerró. Por fuera escribió: «Al filósofo»
El problema era cómo sacarlo fuera sin que su madre lo viera. Al mismo tiempo, tendría
que mirar el buzón temprano a la mañana siguiente, antes de que llegara el periódico. Si
no llegaba ningún envío durante la noche, tendría que volver a recoger el sobre de color
rosa.
¿Porqué tenía que ser todo tan complicado?
Aquella noche, Sofía subió pronto a su habitación a pesar de que era viernes. Su
madre intentó tentarla con una pizza y una película policiaca, pero dijo que estaba cansada
y que quería leer en la cama. Mientras su madre estaba sentada mirando fijamente a la
pantalla del televisor; Sofía bajó a hurtadillas a llevar la carta al buzón.
A1 parecer, su madre estaba un poco preocupada. Desde que surgió aquello del
conejo grande y el sombrero de copa, hablaba con Sofía de una manera completamente
distinta a la de antes. Sofía no quería preocuparla, pero ahora tenía que subir a la
habitación para vigilar el buzón.
Cuando su madre subió, sobre las once, estaba sentada delante de la ventana mirando
a la calle.
—¿No estarás sentada mirando al buzón? —pregunto.
—Miro lo que me da la gana.
—Creo que estás enamorada de verdad, Sofía. Pero si llega con una nueva carta, no
lo hará en medio de la noche.
—¡Qué asco! —Sofía no aguantaba esa tontería del enamoramiento. Pero habría que
dejar que su madre creyera que su estado de ánimo se debía a algo así.
Su madre prosiguió: —¿Él fue el que dijo aquello del conejo y el sombrero de copa?
Sofía asintió con la cabeza.
—No es... no consume droga, verdad?
Ahora Sofía sentía verdadera lástima por su madre. No podía permitir que se
preocupara tanto por una cosa así. Por otra parte, era bastante tonto pensar que las ideas
divertidas tuvieran que ver con las drogas. Los mayores son un poco tontos a veces.
Se volvió y dijo:
—Mamá, te prometo, aquí y ahora que jamás probaré algo así... y él tampoco consume
drogas. Pero le interesa bastante la filosofía.
—¿Es mayor que tú?
Sofía dijo que no con la cabeza.
—¿De la misma edad?
Dijo que sí.
—¿Y le interesa la filosofía?
Volvió a decir que sí.
—Seguro que es majísimo, cariño. Y ahora, creo que debes dormir.
Pero Sofía se quedó durante horas mirando al camino. Sobre la una, tenía tanto sueño
que los ojos se le iban cerrando. Estuvo a punto de acostarse, pero de repente 
sobre una sombra que salía del bosque.
La oscuridad era casi total, pero había luz suficiente para poder distinguir la silueta de
una persona. Era un hombre, y a Sofía le parecía bastante mayor. ¡Por lo menos, no era de
su misma edad! En la cabeza llevaba una boina o algo parecido.
Miró una vez hacia la casa, pero Sofía no tenía ninguna luz encendida. El hombre se
fue derecho al buzón y dejó caer dentro un sobre grande. En el momento de soltar el
sobre, descubrió la carta de Sofía. Metió la mano en el buzón y sacó la carta. Al cabo de
un instante, estaba ya otra vez en el bosque. Se fue corriendo hacia el sendero y
desapareció.
Sofía notaba cómo le latía el corazón. Lo que más hubiera deseado era salir corriendo
tras él. Aunque pensándolo bien, no podía hacer eso, no se atrevía a ir corriendo tras una
persona desconocida en plena noche. Pero tenía que salir a recoger el sobre, eso sí que
no lo dudaba.
Al cabo de un rato, bajó la escalera a hurtadillas, abrió cuidadosamente la puerta de
la calle con la llave y se fue hasta el buzón. Pronto estaba de vuelta en su habitación, con
el gran sobre en la mano. Se sentó sobre la cama conteniendo el aliento. Pasaron un par
de minutos y no se oía ningún ruido en toda la casa. Entonces abrió la carta y comenzó
a leer.
Era evidente que no recibiría ninguna contestación a su carta hasta el día siguiente.
El destino
¡Buenos días de nuevo, querida Sofía! Déjame decirte, de una vez por todas,
que jamás debes intentar espiarme. Ya nos conoceremos en persona algún día,
pero seré yo quien decida la hora y el lugar. ¿No vas a desobedecerme, verdad?
Volvamos a los filósofos. Hemos visto cómo buscan explicaciones naturales
a los cambios que tienen lugar en la naturaleza. Anteriormente, esas cuestiones
se explicaban mediante los mitos.
Pero también en otros campos hubo que despejar el camino de viejas
supersticiones. Lo vemos en lo que se refiere a estar enfermo y estar sano, y en
lo que se refiere a los acontecimientos políticos. En ambos campos, los griegos
tuvieron una gran fe en el destino.
Por fe en el destino se entiende la fe en que está determinado, de antemano,
todo lo que va a suceder. Esta idea la podemos encontrar en todo el mundo, en
el momento presente, y a través de toda la historia. En los países nórdicos existe
una gran fe en «el destino»; tal como aparece en las antiguas sagas islandesas.
Tanto entre los griegos como en otras partes del mundo, nos encontramos con
la idea de que los seres humanos pueden llegar a conocer el destino a través de
diferentes formas de oráculo, lo que significa que el destino de una persona, o de
un estado, puede ser interpretado de varios modos.
Todavía hay muchas personas que creen en leer las cartas, leer las manos o
interpelar las estrellas.
Una variante típicamente noruega es la adivinación mediante los posos del
café. Al vaciarse la taza de café, suelen quedar algunos posos en el fondo. Esos
posos pueden formar un determinado dibujo o imagen —sobre todo, si añadimos
un poco de imaginación—. Si los posos tienen la forma de un coche, significa que
la persona que haya bebido de la taza quizás vaya a hacer un viaje en coche.
Vemos que el «adivino» intenta interpretar algo que en realidad no está nada
claro. Esto es muy típico de todo arte adivinatorio, y precisamente porque aquello
que se «adivina» es tan poco claro, no resulta tampoco muy fácil contradecir al
adivino.
Cuando miramos el cielo estrellado, vemos un verdadero caos de puntitos
brillantes, y sin embargo, ha habido muchas personas, a través de los tiempos,
que han creído que las estrellas pueden decirnos algo sobre nuestra vida en la
Tierra. Incluso hoy en día, hay dirigentes políticos que consultan a un astrólogo
antes de tomar una decisión importante.

El oráculo de Delfos

Los griegos pensaban que los seres humanos podían enterarse de su destino
a través del famoso oráculo de Delfos. El dios Apolo era el dios del oráculo.
Hablaba a través de la sacerdotisa Pitia, que estaba sentada en una silla sobre
una grieta de la Tierra. De esta grieta subían unos gases narcóticos que la
embriagaban, circunstancia indispensable para que pudiera ser la voz de Apolo.
Al llegar a Delfos, uno entregaba primero su pregunta a los sacerdotes,
quienes, a su vez, se la daban a Pitia. Ella emitía una contestación tan
incomprensible o ambigua que hacía falta que los sacerdotes interpretaran la
respuesta a la persona que había entregado la pregunta.
Así los griegos podían aprovecharse de la sabiduría de Apolo, ya que creían
que Apolo sabía todo sobre el pasado y el futuro.
Muchos jefes de Estado no se atrevían a declarar la guerra, o a tomar otras
decisiones importantes, antes de haber consultado el oráculo de Delfos. Así pues,
los sacerdotes de Apolo funcionaban prácticamente como una especie de
diplomáticos y asesores, con muy amplios conocimientos sobre gentes y países.
Encima del templo de Delfos había una famosa inscripción: ¡CONÓCETE A TI
MISMO!, que significaba que el ser humano nunca debe pensar que es algo más
que un ser humano, y que ningún ser humano puede escapar a su destino.
Entre los griegos se contaban muchas historias sobre personas que habían
sido alcanzadas por su destino. Con el tiempo, se escribieron una serie de obras
de teatro, tragedias, sobre esas personas «trágicas». El ejemplo más famoso es
la historia del rey Edipo.
 Juego de palabras. «Influenza» es la palabra noruega para«gripe». N.
de las T.

Ciencia de la historia y ciencia de la medicina

El destino no sólo determinaba la vida del individuo. Los griegos también creían
que el curso mismo del mundo estaba dirigido por el destino. Opinaban que el
resultado de una guerra podía deberse a la intervención de los dioses. También
hoy en día hay muchos que creen que Dios u otras fuerzas misteriosas dirigen el
curso de la historia.
Pero justo a la vez que los filósofos griegos intentaban buscar explicaciones
naturales a los procesos de la naturaleza, iba formándose una ciencia de la
historia que intentaba encontrar causas naturales a su desarrollo. El que un
Estado perdiera una guerra, no se explicaba ya como una venganza de los dioses.
Los historiadores griegos más famosos fueron Heródoto (484-424 a. de C.) y
Tucídides (460-400).
Los griegos también creían que las enfermedades podían deberse a la
intervención divina. Las enfermedades contagiosas se interpretaban, a menudo,
como un castigo de los dioses. Por otra parte, los dioses podían volver a curar a
las personas, si se les ofrecían sacrificios.
Esto no es, en modo alguno, exclusivo de los griegos. Antes del nacimiento
de la moderna ciencia de la medicina, en tiempos recientes, lo más normal era
pensar que las enfermedades tenían causas sobrenaturales. Por ejemplo, la
palabra «influenza»1
 significa en realidad que uno se encuentra bajo una mala
«influencia» de las estrellas.
Incluso hoy en día, hay muchas personas en el mundo entero que creen que
algunas enfermedades —el SIDA, por ejemplo— son un castigo de Dios. Muchos
piensan, además, que un enfermo puede ser curado de un modo sobrenatural.
Precisamente en la época en que los filósofos griegos iniciaron una nueva
manera de pensar, surgió una ciencia griega de la medicina que intentaba
encontrar explicaciones naturales a las enfermedades y al estado de salud. Se
dice que Hipócrates, que nació en Cos hacia el año 460 a. de C., fue el fundador
de la ciencia griega de la medicina.
La protección más importante contra la enfermedad era, según la tradición
médica hipocrática, la moderación y una vida sana. Lo natural en una persona es
estar sana. Cuando surge una enfermedad, es porque la naturaleza ha
«descarrilado» a causa de un desequilibrio físico o psíquico. La receta para estar
sano era la moderación, la armonía y «una mente sana en un cuerpo sano».
Hoy en día se habla constantemente de la «ética médica», con lo que se
quiere decir que, el médico, está obligado a ejercer su profesión médica según
ciertas reglas éticas. Un médico no puede, por ejemplo, extender recetas de
estupefacientes a personas sanas. Un médico tiene también que guardar el
secreto profesional. Esto significa que no tiene derecho a contar a otras personas
algo que un paciente le haya dicho sobre su enfermedad. Estas reglas tienen sus
raíces en Hipócrates, que exigió a sus discípulos que prestasen el siguiente
juramento: 
Utilizaré el tratamiento para ayudar a los enfermos según mi capacidad y juicio,
pero nunca con la intención de causar daño o dolor.
A nadie daré veneno aunque me lo pida o me lo sugiera,
tampoco daré abortivos a ninguna mujer con el fin de evitar un embarazo.
Consideraré sagrados mi vida y mi arte.
No utilizaré el cuchillo, ni siquiera en aquellos que sufren indescriptiblemente,
dejándoselo hacer a los que se ocupan de ello.
Cuando entre en la morada de un enfermo, lo haré siempre en beneficio suyo;
me abstendré de toda acción injusta y de abusar del cuerpo de hombres o
mujeres, libres o esclavos.
De todo cuanto vea y oiga en el ejercicio de mi profesión y aun fuera de ella
callaré cuantas cosas sea necesario que no se divulguen, considerando la
discreción como un deber.
Si cumplo fielmente este juramento, que me sea otorgado gozar felizmente de
la vida y de mi arte y ser honrado siempre entre los hombres. Si lo violo y me hago
perjuro, que me ocurra lo contrario.
Sofía se sentó en la cama de un salto, cuando se despertó el sábado por la mañana.
¿Había sido un sueño o había visto de verdad al filósofo?
Tocó con el brazo el suelo bajo la cama. Pues sí, allí estaba la carta que había llegado
por la noche. Sofía se acordó de todo lo que había leído sobre la fe de los griegos en el
destino.
Entonces, no había sido más que un sueño.
¡Claro que había visto al filósofo! Y más que eso, había visto con sus propios ojos que
se había llevado la carta que ella le había escrito.
Sofía salió de la cama y miró debajo. Sacó de allí todas las hojas escritas a maquina.
¿Pero que era aquello? Al fondo del todo, junto a la pared, había algo rojo. ¿Podía ser una
bufanda?
Sofía se deslizó debajo de la cama y recogió un pañuelo rojo de seda. Sólo estaba
segura de una cosa: nunca había sido suyo.
Empezó a examinar el pañuelo minuciosamente y dio un pequeño grito cuando vio
unas letras escritas con una pluma negra a lo largo de la costura. «HILDE», ponía
¡Hilde! ¿Pero quién era Hilde? ¿Cómo podía ser que sus caminos se hubieran cruzado
de esa manera?

COMPRENSIÓN LECTORA

IDEA PRINCIPAL:
''Por fe en el destino se entiende la fe en que está determinado de antemano todo lo que va a suceder''
IDEAS SECUNDARIAS:
*Tanto  entre los griegos como en otras partes del mundo, nos encontramos con la ida de que los seres humanos pueden llegar a conocer el destino a través de diferentes formas de oráculo lo que significa que una persona puede tomarse de varios modos.
*El adivino intenta interpretar algo que en realidad no está claro. Esto es muy típico de todo arte adivinatorio y es por eso que es tan poco claro que sería díficil contradecirlo.

EL ORÁCULO DE DELFOS
IDEA PRINCIPAL: ''los griegos pensaban que los seres humanos podían enterarse de su destino a través del famoso oráculo de Delfos, su dios era Apolo.
IDEAS SECUNDARIAS:
*Apolo hablaba a través de Pita, que estaba sentada en una silla sobre una grieta de la Tierra, tenía que estar  embriagada para ser la voz de Apolo.A llegar a Delfos uno entregaba la pregunta a los sacerdotes estos a su vez a Pita, ella daba una respuesta poco entendible o ambigua que era necesario que los sacerdotes le interpretaran la pregunta y así los griegos aprovechaban la sabiduría de Apolo
*Esto influenció mucho a las personas, principalmente a jefes de Estado que no tomaban una decisión sin antres consultarla, lo que convirtió a los sacerdotes de Apolo en una especie de diplomáticos y asesores.

CIENCIA DE LA HISTORIA Y DE LA MEDICINA

IDEA PRINCIPAL:
''Antes de que surgiera la filosofía la explicación a las enfermedades y acontecimientos sociales como guerras eran causas sobrenaturales que se veían en actos realizados por los dioses.

IDEAS SECUNDARIAS:

*A medida que los filósofos buscaban explicaciones a los procesos de la naturaleza,se iba formulando una ciencia de la historia que intentaba encontrar causas naturales a su desarrollo. 
*El surgimiento de la filosofía llevo a una ciencia griega de la medicina que buscaba explicaciones naturales a las enfermedades y al estado de salud. Su fundador fue Hipócrates.



Demócrito

Demócrito

... el juguete más genial del mundo...

Sofía cerró la caja de galletas que contenía todas las hojas escritas a maquina que
había recibido del desconocido profesor de filosofía. Salió a hurtadillas del Callejón y se
quedó un instante mirando al jardín. De repente, se acordó de lo que había pasado la
mañana anterior. Su madre había bromeado con la carta de amor, durante el desayuno.
Ahora se apresura hasta el buzón para evitar que aquello volviera a suceder. Recibir una
carta de amor dos días seguidos, daría exactamente el doble de corte que recibir una.
¡De nuevo había allí un pequeño sobre blanco! Sofía comenzó a vislumbrar una
especie de sistema en las entregas: cada tarde había encontrado un sobre grande y
amarillo en el buzón. Mientras leía la carta grande, el filósofo solía deslizarse hasta el
buzón con un sobrecito blanco.
Esto significaba que no le resultaría difícil descubrirlo. ¿O descubrirla? Si se colocaba
ante la ventana de su cuarto, tendría buena vista sobre el buzón y seguro que llegaría a
ver al misterioso filósofo. Porque sobrecitos blancos no surgen por si mismos así como
así.
Sofía decidió estar muy atenta al día siguiente. Era viernes y tenía todo el fin de
semana por delante.
Subió a su habitación y abrió allí el sobre. Esta vez sólo había una pregunta en la nota,
pero la pregunta era, si cabe, más loca que aquellas tres que habían venido en la carta de
amor.
¿Por qué el lego es el juguete más genial del mundo?
En primer lugar, Sofía no estaba segura de estar de acuerdo con que el lego fuese el
juguete más genial del mundo, al menos había dejado de jugar con él hacía muchos años.
En segundo lugar, no era capaz de entender qué podía tener que ver el lego con la
filosofía.
Pero era una alumna obediente, y empezó a buscar en el estante superior de su
armario. Allí encontró una bolsa de plástico llena de piezas del lego de muchos tamaños
y colores.
Por primera vez en mucho tiempo, se puso a construir con las pequeñas piezas.
Mientras lo hacia, le venían a la mente pensamientos sobre el lego.
Resulta fácil construir con las piezas del lego, pensó. Aunque tengan distinta forma
y color, todas las piezas pueden ensamblarse con otras. Además son indestructibles.
Sofía no recordaba haber visto nunca una pieza del lego rota. De hecho, todas las piezas
parecían tan frescas y nuevas como el día, hacía ya muchos años, en que se lo habían
regalado. Y sobre todo: con las piezas del lego podía construir cualquier cosa. Y luego
podía desmontarlas y construir algo completamente distinto.
¿Qué más se puede pedir? Sofía llegó a la conclusión de que el lego, efectivamente,
muy bien podía llamarse el juguete más genial del mundo. Pero seguía sin entender que
tenía que ver con la filosofía.
Pronto Sofía construyó una gran casa de muñecas. Apenas se atrevió a confesarse a
sí misma que hacía mucho tiempo que no lo había pasado tan bien como ahora. ¿Por qué
dejaban las personas de jugar?
Cuando la madre llegó a casa y vio lo que Sofía había hecho, se le escapó: —¡Qué bien
que todavía seas capaz de jugar como una niña!
—¡Bah! Estoy trabajando en una complicada investigación filosófica.
Su madre dejó escapar un profundo suspiro. Seguramente estaba pensando en el
conejo y en el sombrero de copa.
Al volver del instituto al día siguiente, Sofía se encontró con un montón de nuevas
hojas en un gran sobre amarillo. Se llevó el sobre a su habitación, y se puso enseguida
a leer, aunque al mismo tiempo vigilaría el buzón.
La teoría atómica
Aquí estoy de nuevo, Sofía. Hoy conocerás al último gran filósofo de la
naturaleza.
Se llamaba Demócrito (aprox. 460-370 a. de C.) y venía de la ciudad costera
de Abdera, al norte del mar Egeo. Si has podido contestar a la pregunta sobre el
lego, no te costará mucho esfuerzo entender lo que que el proyecto de este
filósofo.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los cambios en la
naturaleza no se debían a que las cosas realmente «cambiaran». Suponía, por lo
tanto, que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas e
invisibles, cada una de ellas eterna e inalterable. A estas piezas más pequeñas
Demócrito las llamó átomos. 
La palabra «átomo» significa «indivisible». Era importante para Demócrito poder
afirmar que eso de lo que todo está hecho no podía dividirse en partes más
pequeñas. Si hubiera sido así, no habrían podido servir de ladrillos de
construcción. Pues, si los átomos hubieran podido ser limados y partidos en
partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una
pasta cada vez más líquida.
Además, los ladrillos de la naturaleza tenían que ser eternos, pues nada puede
surgir de la nada. En este punto, Demócrito estaba de acuerdo con Parménides
y los eleáticos. Pensaba, además que los átomos tenían que ser fijos y macizos,
pero no podían ser idénticos entre sí.
Si los átomos fueran idénticos, no habríamos podido encontrar ninguna
explicación satisfactoria de cómo podían estar compuestos, pudiendo formar de
todo, desde amapolas y olivos, hasta piel de cabra y pelo humano.
Existe un sinfín de diferentes átomos en la naturaleza, decía Demócrito.
Algunos son redondos y lisos, otros son irregulares y torcidos. Precisamente por
tener formas diferentes, podían usarse para componer diferentes cuerpos. Pero
aunque sean muchísimos y muy diferentes entre sí, son todos eternos,
inalterables e indivisibles.
Cuando un cuerpo —por ejemplo un árbol o un animal muere y se desintegra,
los átomos se dispersan y pueden utilizarse de nuevo en otro cuerpo. Pues los
átomos se mueven en el espacio, pero como tienen entrantes y salientes se
acoplan para configurar las cosas que vemos en nuestro entorno.
¿Ya has entendido lo que quise decir con las piezas del lego, verdad? Tienen
más o menos las mismas cualidades que Demócrito atribuía a los átomos, y,
precisamente por ello, resultan tan buenas para construir. Ante todo son
indivisibles. Tienen formas y tamaños diferentes, son macizas e impenetrables.
Además, las piezas del lego tienen entrantes y salientes que hacen que las
puedas unir para poder formar todas las figuras posibles.
Estas conexiones pueden deshacerse para poder dar lugar a nuevos objetos
con las mismas piezas.
Lo bueno de las piezas del lego es precisamente que se pueden volver a usar
una y otra vez. Una pieza del lego puede formar parte de un coche un día, y de un
castillo al día siguiente. Además podemos decir que las piezas del lego son
eternas». Niños de hoy en día pueden jugar con las mismas piezas con las que
jugaban sus padres.
También podemos formar cosas de barro, pero el barro no puede usarse una
y otra vez, precisamente porque se puede romper en trozos cada vez más
pequeños, y porque esos pequeñísimos trocitos de barro no pueden unirse para
formar nuevos objetos.
Hoy podemos más o menos afirmar que la teoría atómica de Demócrito era
correcta. La naturaleza está, efectivamente, compuesta por diferentes átomos que
se unen y que vuelven a separarse. Un átomo de hidrógeno que está asentado
dentro de una célula en la punta de mi nariz, perteneció, en alguna ocasión, a la
trompa de un elefante. Un átomo de carbono dentro del músculo de mi corazón
estuvo una vez en el rabo de un dinosaurio.
En nuestros días, la ciencia ha descubierto que los átomos pueden dividirse
en «partículas elementales». A estas partículas elementales las llamamos
protones, neutrones y electrones. Quizás esas partículas puedan dividirse en
partes aún más pequeñas. No obstante, los físicos están de acuerdo en que tiene
que haber un límite. Tiene que haber unas partes mínimas de las que esté hecho
el mundo.
Demócrito no tuvo acceso a los aparatos electrónicos de nuestra época. Su
único instrumento de verdad fue su inteligencia. Y su inteligencia no le ofreció
ninguna elección. Si de entrada aceptamos que nada cambia, que nada surge de
la nada y que nada desaparece, entonces la naturaleza ha de estar compuesta
necesariamente por unos minúsculos ladrillos que se juntan, y que se vuelven a
separar.
Demócrito no contaba con ninguna fuerza» o «espíritu» que interviniera en los
procesos de la naturaleza. Lo único que existe son los átomos y el espacio vacío,
pensaba. Ya que no creía en nada más que en lo material, le llamamos
materialista.
No existe ninguna «intención» determinada detrás de los movimientos de los
átomos. En la naturaleza todo ocurre mecánicamente. Eso no significa que todo
lo que ocurre sea «casual», pues todo sigue las leyes inquebrantables de la
naturaleza. Demócrito pensaba que había una causa natural en todo lo que ocurre,
una causa que se encuentra en las cosas mismas. En una ocasión dijo que
preferiría descubrir una ley de la naturaleza a convertirse en rey de Persia.
La teoría atómica también explica nuestras sensaciones, pensaba Demócrito.
Cuando captamos algo con nuestros sentidos, se debe a los movimientos de los
átomos en el espacio vacío. Cuando vemos la luna, es porque los «átomos de la
luna» alcanzan mi ojo.
¿Y qué pasa con la conciencia? ¿No podrá estar formada por átomos, es decir,
por «cosas» materiales? Pues sí, Demócrito se imaginaba que el alma estaba
formada por unos «átomos del alma» especialmente redondos y lisos. Al morir una
persona, los átomos del alma se dispersan hacia todas partes. Luego, pueden
entrar en otra alma en proceso de creación.
Eso significa que el ser humano no tiene un alma inmortal. Mucha gente
comparte también, hoy en día, este pensamiento. Opinan, como Demócrito, que
«el alma» está conectada al cerebro y que no podemos tener ninguna especie de
conciencia cuando el cerebro se haya desintegrado.
Demócrito puso temporalmente fín a la filosofía griega de la naturaleza. Estaba
de acuerdo con Heráclito en que todo en la naturaleza «fluye». Las formas van y
vienen. Pero detrás de todo lo que fluye, se encuentran algunas cosas eternas e
inalterables que no fluyen. A estas cosas es a lo que Demócrito llamó átomos.
Mientras leía, Sofía miraba por la ventana para ver si aparecía junto al buzón el
misterioso autor de las cartas. Se quedó mirando a la calle fijamente, pensando en lo que
acababa de leer. Le pareció que Demócrito había razonado de un modo muy sencillo y, sin
embargo, muy astuto. Había encontrado la solución al problema de la «materia primaria»
y del «cambio».
Este problema era tan complicado que los filósofos lo habían meditado durante varias
generaciones. Pero al final, Demócrito había solucionado todo el problema utilizando
simplemente su inteligencia.
Sofía estaba a punto de echarse a reír. Tenía que ser verdad que la naturaleza estaba
hecha de piececitas que nunca cambian. Al mismo tiempo, Heráclito había tenido razón
al afirmar que todas las formas de la naturaleza «fluyen», pues todos los humanos y todos
los animales mueren, e incluso una cordillera de montañas se va desintegrando
lentísimamente, y lo cierto es que también la cordillera está compuesta por unas cositas
indivisibles que nunca se rompen.
Al mismo tiempo, Demócrito se había hecho nuevas preguntas. Había dicho, por
ejemplo, que todo sucede mecánicamente. No aceptó ninguna fuerza espiritual en la
naturaleza, como Empédocles y Anaxágoras.
Además, Demócrito pensaba que el ser humano carece de alma inmortal.
¿Podía estar totalmente segura de que esto era correcto?
No estaba del todo segura. Pero, claro, se encontraba muy al principio del curso de
filosofía.

COMPRENSIÓN DE LECTURA 
IDEA PRINCIPAL: 
''Demócrito suponía que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas e invisibles estas piezas las llamo átomos''
IDEAS SECUNDARIAS: 
*La palabra átomo significa indivisible, pues si los átomos hubieran podido ser limados y partidos en partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una pasta cada vez más líquida.
*El lego es el juguete más genial del mundo.
PALABRAS DESCONOCIDAS:

MAPA CONCEPTUAL

Los filósofos de la Naturaleza

IDEA PRINCIPAL : A los primeros filósofos de Grecia se les suele llamar ''Filósofos de la Naturaleza'' porque ante todo se interesaban por la naturaleza y por sus procesos''

IDEAS SECUNDARIAS:
*Es importante estudiar el proyecto de cada de uno de los filósofos puesto que debido a la época distinta a la de nosotros,las cosas en las que se interesaban en solucionar eran diferentes y cada uno tenía diferentes puntos de vista

PALABRAS DESCONOCIDAS:

MAPA CONCEPTUAL

Los Mitos

IDEA PRINCIPAL: 
''Los mitos fueron creados como respuesta a los hechos naturales que no tenían explicación en la antigüedad''
IDEAS SECUNDARIAS: 
* Antes de que apareciera la filosofía habían sido las distintas religiones las que habían dado a la gente las respuestas a todas esas preguntas que se hacían. 
* El objetivo de los primeros filósofos fue buscar explicaciones naturales a los procesos de la naturaleza.
VOCABULARIO:

MAPA CONCEPTUAL

El sombrero de Copa

IDEA  PRINCIPAL
''Lo único que necesitamos para ser buenos filósofos es la capacidad de Asombro, si llegas a descubrirte a ti mismo de ese modo habrá descubierto algo igual de misterioso''

IDEAS SECUNDARIAS
*A medida que crecemos nos imponen a como debe ser la vida, por ejemplo los niños se exaltan por ver cualquier cosa que no hayan visto, así como un perro, y lo señalará y probablemente dirá ''mira es un guau guau'', pero algún adulto que lo vea, dirá si es un  perro, por que ya lo ha visto lo suficiente como para no asombrarle.
* Por está razón es que cuando llegamos a ser adultos, ya nada nos sorprende hemos perdido nuestra capacidad de asombro, nuestra mente es cerrada a todo, y solo creemos en lo que nos han enseñado.


RESUMEN: .Sofía decide no platicar nada a su madre y supone que el autor de las notas anónimas se pondrá de nuevo en contacto. Al regreso de clase, Sofía encuentra un sobre amarillo con la siguiente leyenda: Curso de filosofía,
trátese con mucho cuidado. En su escondite, Sofía inició su curso con otra pregunta



PALABRAS DESCONOCIDAS:


MAPA CONCEPTUAL

El Jardín del Eden

El jardín del Edén

... al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde
no había nada de nada...

Sofía Amundsen volvía a casa después del instituto. La primera parte del camino la
había hecho en compañía de Jorunn.
Habían hablado de robots. Jorunn opinaba que el cerebro humano era como un
sofisticado ordenador. Sofía no estaba muy segura de estar de acuerdo. Un ser humano
tenía que ser algo más que una máquina.
Se habían despedido junto al hipermercado. Sofía vivía al final de una gran
urbanización de chalets, y su camino al instituto era casi el doble que el de Jorunn. Era
como si su casa se encontrara en el fin del mundo, pues más allá de jardín no había
ninguna casa más. Allí comenzaba el espeso bosque.
Giró para meterse por el Camino del Trébol. Al final hacía una brusca curva que solían
llamar Curva del Capitán. Aquí sólo había gente los sábados y los domingos.
Era uno de los primeros días de mayo. En algunos jardines se veían tupidas coronas
de narcisos bajo los árboles frutales. Los abedules tenían ya una fina capa de encaje
verde.
¡Era curioso ver cómo todo empezaba a crecer y brotar en esta época del año! ¿Cuál
era la causa de que kilos y kilos de esa materia vegetal verde saliera a chorros de la tierra
inanimada en cuanto las temperaturas subían y desaparecían los últimos restos de nieve?
Sofía miró el buzón al abrir la verja de su jardín. Solía haber un montón de cartas de
propaganda, además de unos sobres grandes para su madre. Tenía la costumbre de
dejarlo todo en un montón sobre la mesa de la cocina, antes de subir a su habitación para
hacer los deberes.
A su padre le llegaba únicamente alguna que otra carta del banco, pero no era un
padre normal y corriente. El padre de Sofía era capitán de un gran petrolero y estaba
ausente gran parte del año. Cuando pasaba en casa unas semanas seguidas, se paseaba
por ella haciendo la casa mas acogedora para Sofía y su madre. Por otra parte, cuando
estaba navegando resultaba a menudo muy distante.
Ese día sólo había una pequeña carta en el buzón, y era para Sofía.
«Sofía Amundsen», ponía en el pequeño sobre. «Camino del Trébol 3». Eso era todo,
no ponía quién la enviaba. Ni siquiera tenía sello.
En cuanto hubo cerrado la puerta de la verja, Sofía abrió el sobre. Lo único que
encontró fue una notita, tan pequeña como el sobre que la contenía. En la notita 
¿Quién eres?
No ponía nada más. No traía ni saludos ni remitente, sólo esas dos palabras escritas
a mano con grandes interrogaciones.
Volvió a mirar el sobre. Pues sí, la carta era para ella.
¿Pero quién la había dejado en el buzón?
Sofía se apresuró a sacar la llave y abrir la puerta de la casa pintada de rojo. Como de
costumbre, al gato Sherekan le dio tiempo a salir de entre los arbustos, dar un salto hasta
la escalera y meterse por la puerta antes de que Sofía tuviera tiempo de cerrarla.
—¡Misi, misi, misi!
Cuando la madre de Sofía estaba de mal humor por alguna razón, decía a veces que su
hogar era como una casa de fieras, en otras palabras, una colección de animales de
distintas clases. Y por cierto, Sofía estaba muy contenta con la suya. Primero le habían
regalado una pecera con los peces dorados Flequillo de Oro, Caperucita Roja y Pedro el
Negro. Luego tuvo los periquitos Cada y Pizca, la tortuga Govinda y finalmente el gato
atigrado Sherekan.
Había recibido todos estos animales como una especie de compensación por parte de
su madre, que volvía tarde del trabajo, y de su padre, que tanto navegaba por el mundo.
Sofía se quitó la mochila y puso un plato con comida para Sherekan. Luego se dejó
caer sobre una banqueta de la cocina con la misteriosa carta en la mano.
¿Quién eres?
En realidad no lo sabía. Era Sofía Amundsen, naturalmente, pero ¿quién era eso? Aún
no lo había averiguado del todo.
¿Y si se hubiera llamado algo completamente distinto? Anne Knutsen, por ejemplo.
¿En ese caso, habría sido otra?
De pronto se acordó de que su padre había querido que se llamara Synnove. Sofía
intentaba imaginarse que extendía la mano presentandose como Synnøve Amundsen,
pero no, no servía. Todo el tiempo era otra chica la que se presentaba.
Se puso de pie de un salto y entró en el cuarto de baño con la extraña carta en la mano.
Se coloco delante del espejo, y se miró fijamente a sí misma.
—Soy Sofía Amundsen —dijo.
La chica del espejo no contestó ni con el más leve gesto. Hiciera lo que hiciera Sofía,
la otra hacia exactamente lo mismo. Sofía intentaba anticiparse al espejo con un rapidísimo
movimiento, pero la otra era igual de rápida.
—¿Quién eres? —preguntó.
No obtuvo respuesta tampoco ahora, pero durante un breve instante llegó a dudar de
si era ella o la del espejo la que había hecho la pregunta.
Sofía apretó el dedo índice contra la nariz del espejo y dijo:
—Tú eres yo:
Al no recibir ninguna respuesta, dio la vuelta a la pregunta y dijo:
—Yo soy tu.
Sofía Amundsen no había estado nunca muy contenta con su aspecto. Le decían a
menudo que tenía bonitos ojos almendrados, pero seguramente se lo dirían porque su
nariz era demasiado pequeña y la boca un poco grande. Además, tenía las orejas
demasiado cerca de los ojos. Lo peor de todo era ese pelo liso que resultaba imposible de
arreglar. A veces su padre le acariciaba el pelo llamándola la muchacha de los cabellos de
lino», como la pieza de música de Claude Debussy. Era fácil para él, que no estaba
condenado a tener ese pelo negro colgando durante toda su vida. En el pelo de Sofía no
servían ni el gel ni el spray.
A veces pensaba que le había tocado un aspecto tan extraño que se preguntaba si no
estaría mal hecha. Por lo menos había oído hablar a su madre de un parto difícil. ¿Era
realmente el parto lo que decidía el aspecto que uno iba a tener?
—¿No resultaba extraño el no saber quien era? ¿No era también injusto no haber
podido decidir su propio aspecto? Simplemente había surgido así como así. A lo mejor
podría elegir a sus amigos, pero no se había elegido a sí misma. Ni siquiera había elegido
ser un ser humano.
¿Qué era un ser humano?
Sofía volvió a mirar a la chica del espejo.
—Creo que me subo para hacer los deberes de naturales —dijo, como si quisiera
disculparse. Un instante después, se encontraba en la entrada.
No, prefiero salir al jardín, pensó.
—¡Misi, misi, misi, misi!
Sofía cogió al gato, lo sacó fuera y cerró la puerta tras ella.
Cuando se encontró en el caminito de gravilla con la misteriosa carta en la mano, tuvo
de repente una extraña sensación. Era como si fuese una muñeca que por arte de magia
hubiera cobrado vida.
¿No era extraño estar en el mundo en este momento, poder caminar como por un
maravilloso cuento?
Sherekan saltó ágilmente por la gravilla y se metió entre unos túpidos arbustos de
grosellas. Un gato vivo, desde los bigotes blancos hasta el rabo juguetón en el extremo
de su cuerpo liso. También él estaba en el jardín, pero seguramente no era consciente de
ello de la misma manera que Sofía.
Conforme Sofía iba pensando en que existía, también le daba por pensar en el hecho
de que no se quedaría aquí eternamente.
Estoy en el mundo ahora, pensó. Pero un día habré desaparecido del todo.
¿Habría alguna vida mas alla de la muerte? El gato ignoraría también esa cuestión por
completo?
La abuela de Sofía había muerto hacía poco. Casi a diario durante medio año había
pensado cuánto la echaba de menos. ¿No era injusto que la vida tuviera que acabarse
alguna vez?
En el camino de gravilla Sofía se quedó pensando. Intentó pensar intensamente en que
existía para de esa forma olvidarse de que no se quedaría aquí para siempre. Pero resultó
imposible. En cuanto se concentraba en el hecho de que existía, inmediatamente surgía
la idea del fin de la vida. Lo mismo pasaba a la inversa: cuando había conseguido tener
una fuerte sensación de que un día desaparecería del todo, entendía realmente lo
enormemente valiosa que es la vida. Era como la cara y la cruz de una moneda, una
moneda a la que daba vueltas constantemente. Cuanto más grande y nítida se veía una
de las caras, mayor y más nítida se veía también la otra. La vida y la muerte eran como dos
caras del mismo asunto.
No se puede tener la sensación de existir sin tener también la sensación de tener que
morir, pensó. De la misma manera, resulta igualmente imposible pensar que uno va a morir,
sin pensar al mismo tiempo en lo fantástico que es vivir.
Sofía se acordó de que su abuela había dicho algo parecido el día en que el médico le
había dicho que estaba enferma. Hasta ahora no he entendido lo valiosa que es la vida»,
había dicho.
¿No era triste que la mayoría de la gente tuviera que ponerse enferma para darse
cuenta de lo agradable que es vivir? ¿Necesitarían acaso una carta misteriosa en el buzón?
Quizás debiera mirar si había algo más en el buzón. Sofía corrió hacia la verja y levantó
la tapa verde. Se sobresaltó al descubrir un sobre idéntico al primero. ¿Se había asegurado
de mirar si el buzón se había quedado vacío del todo la primera vez?
También en este sobre ponía su nombre. Abrió el sobre y sacó una nota igual que la
primera. ¿De dónde viene el mundo?, ponía.
No tengo la más remota idea, pensó Sofía. Nadie sabe esas cosas, supongo. Y sin
embargo, Sofía pensó que era una pregunta justificada. Por primera vez en su vida pensó
que casi no tenía justificación vivir en un mundo sin preguntarse siquiera de dónde venía
ese mundo.
Las cartas misteriosas la habían dejado tan aturdida que decidió ir a sentarse al
Callejón.
El Callejón era el escondite secreto de Sofía. Solo iba allí cuando estaba muy enfadada,
muy triste o muy contenta. Ese día sólo estaba confundida.
La casa roja estaba dentro de un gran jardín. Y en el jardín había muchas partes,
arbustos de bayas, diferentes frutales, un gran césped con mecedora e incluso un
pequeño cenador que el abuelo le había construido a la abuela cuando perdió a su primer
hijo, a las pocas semanas de nacer. La pobre pequeña se llamaba Marie. En la lápida ponía:
«La pequeña Marie llegó, nos saludó y se dio la vuelta.
En un rincón del jardín, detrás de todos los frambuesos, había una maleza tupida
donde no crecían ni flores ni frutales. En realidad, era un viejo seto que servía de frontera
con el gran bosque, pero nadie lo había cuidado en los últimos veinte años, y se había
convertido en una maleza impenetrable. La abuela había contado que el seto había
dificultado el paso a las zorras que durante la guerra venían a la caza de las gallinas que
andaban sueltas por el jardín.
Para todos menos para Sofía, el viejo seto resultaba tan inútil como las jaulas de
conejos dentro del jardín. Pero eso era porque no conocían el secreto de Sofía.
Desde que Sofía podía recordar, había conocido la existencia del seto. Al atravesarlo
encogida, llegaba a un espacio grande y abierto entre los arbustos. Era como una pequeña
cabaña. Podía estar segura de que nadie la encontraría allí.
Sofía se fue corriendo por el jardín con las dos cartas en la mano. Se tumbó para
meterse por el seto. El Callejón era tan grande que casi podía estar de pie, pero ahora se
sentó sobre unas gruesas raíces. Desde allí podía mirar hacia fuera a través de un par de
minúsculos agujeros entre las ramas y las hojas. Aunque ninguno de los agujeros era
mayor que una moneda de cinco coronas, tenía una especie de vista panorámica de todo
el jardín. De pequeña, le gustaba observar a sus padres cuando andaban buscándola
entre los árboles.
A Sofía el jardín siempre le había parecido un mundo en sí. Cada vez que oía hablar del
jardín del Edén en el Génesis, se imaginaba sentada en su callejón contemplando su
propio paraíso.
«¿De dónde viene el mundo?»
Pues no lo sabía. Sofía sabía que la Tierra no era sino un pequeño planeta en el
inmenso universo. ¿Pero de dónde venía el universo?
Podría ser, naturalmente, que el universo hubiera existido siempre; en ese caso, no
sería preciso buscar una respuesta sobre su procedencia. ¿Pero podía existir algo desde
siempre? Había algo dentro de ella que protestaba contra eso. Todo lo que es, tiene que
haber tenido un principio, ¿no? De modo que el universo tuvo que haber nacido en algún
momento de algo distinto.
Pero si el universo hubiera nacido de repente de otra cosa, entonces esa otra cosa
tendría a su vez que haber nacido de otra cosa. Sofía entendió que simplemente había
aplazado el problema. Al fin y al cabo, algo tuvo que surgir en algún momento de donde
no había nada de nada. ¿Pero era eso posible? ¿No resultaba eso tan imposible como
pensar que el mundo había existido siempre?
En el colegio aprendían que Dios había creado el mundo, y ahora Sofía intentó aceptar
esa solución al problema como la mejor. Pero volvió a pensar en lo mismo. Podía aceptar
que Dios había creado el universo, pero y el propio Dios, ¿qué? ¿Se creó él a sí mismo
partiendo de la nada? De nuevo había algo dentro de ella que se rebelaba. Aunque Dios
seguramente pudo haber creado esto y aquello, no habría sabido crearse a si mismo 
tener antes un sí mismo» con lo que crear. En ese caso, sólo quedaba una posibilidad:
Dios había existido siempre. ¡Pero si ella ya había rechazado esa posibilidad! Todo lo que
existe tiene que haber tenido un principio.
—¡Caray!
Vuelve a abrir los dos sobres.
«¿Quién eres?»
«¿De dónde viene el mundo?»
¡Qué preguntas tan maliciosas! ¿Y de dónde venían las dos cartas? Eso era casi igual
de misterioso
¿Quién había arrancado a Sofía de lo cotidiano para de repente ponerla ante los
grandes enigmas del universo?
Por tercera vez Sofía se fue al buzón.
El cartero acababa de dejar el correo del día. Sofía recogió un grueso montón de
publicidad, periódicos y un par de cartas para su madre. También había una postal con
la foto de una playa del sur. Dio la vuelta a la postal. Tenía sellos noruegos y un sello en
el que ponía Batallón de las Naciones Unidas». ¿Sería de su padre? ¿Pero no estaba en
otro sitio? Además, no era su letra.
Sofía notó que se le aceleraba el pulso al leer el nombre del destinatario: Hilde Møller
Knag c/o Sofía Amundsen, Camino del Trébol 3... ». La dirección era la correcta. La postal
decía:
Querida Hilde: Te felicito de todo corazón por tu decimoquinto cumpleaños. Cómo
puedes ver, quiero hacerte un regalo con el que podrás crecer. Perdóname por enviar
la postal a Sofía. Resulta más fácil así.
Con todo cariño, papá.
Sofía volvió corriendo a la cocina. Sentía como un huracán dentro de ella.
¿Quién era esa Hilde que cumplía quince años poco más de un mes antes del día en
que también ella cumplía quince años?
Sofía cogió la guía telefónica de la entrada. Había muchos Møller Knag.
Volvió a estudiar la misteriosa postal. Sí, era autentica, con sello v matasellos.
¿Porqué un padre iba a enviar una felicitación a la dirección de Sofía cuando estaba
clarísimo que iba destinada a otra persona? ¿Qué padre privaría a su hija de la ilusión de
recibir una tarjeta de cumpleaños enviándola a otras señas? ¿Por qué resultaba «más fácil
así»! Y ante todo: ¿cómo encontraría a Hilde?
De esta manera Sofía tuvo otro problema más en que meditar. Intentó ordenar sus
pensamientos de nuevo:
Esa tarde, en el transcurso de un par de horas, se había encontrado con
tres enigmas. Uno era quién había metido los dos sobres blancos en su buzón. El
segundo era aquellas difíciles preguntas que presentaban esas cartas. El tercer enigma era
quien era Hilde Møller Knag y por qué Sofía había recibido una felicitación de cumpleaños
para aquella chica desconocida.
Estaba segura de que los tres enigmas estaban, de alguna manera, relacionados entre
si, porque justo hasta ese día había tenido una vida completamente normal.

COMPRENSIÓN DE LECTURA 

IDEA PRINCIPAL :
'' Al fin y al cabo algo tuvo que surgir en algún momento de donde no había nada''
RESUMEN: Sofía Amundsen, estudiante de secundaria, vive en la calle camino del trébol 3 de una ciudad de Noruega, tiene una amiga, Jorunn, con la que comparte sus secretos. 
Un día al regresar de clase encuentra una tarjeta en el buzón, pero va dirigida a una chica llamada Hilde Moller Knay c/o Sofía Amundsen, camino del trébol 3. La tarjeta para felicitar el 15 cumpleaños de la chica, que coincide con el suyo propio, el 15 de Junio pero aun falta todo un mes para ello, la escribe el padre de la chica, que es mayor del ejército en las naciones unidas destacado en el Líbano.
PALABRAS DESCONOCIDAS: 


MAPA CONCEPTUAL