sábado, 26 de abril de 2014

Demócrito

Demócrito

... el juguete más genial del mundo...

Sofía cerró la caja de galletas que contenía todas las hojas escritas a maquina que
había recibido del desconocido profesor de filosofía. Salió a hurtadillas del Callejón y se
quedó un instante mirando al jardín. De repente, se acordó de lo que había pasado la
mañana anterior. Su madre había bromeado con la carta de amor, durante el desayuno.
Ahora se apresura hasta el buzón para evitar que aquello volviera a suceder. Recibir una
carta de amor dos días seguidos, daría exactamente el doble de corte que recibir una.
¡De nuevo había allí un pequeño sobre blanco! Sofía comenzó a vislumbrar una
especie de sistema en las entregas: cada tarde había encontrado un sobre grande y
amarillo en el buzón. Mientras leía la carta grande, el filósofo solía deslizarse hasta el
buzón con un sobrecito blanco.
Esto significaba que no le resultaría difícil descubrirlo. ¿O descubrirla? Si se colocaba
ante la ventana de su cuarto, tendría buena vista sobre el buzón y seguro que llegaría a
ver al misterioso filósofo. Porque sobrecitos blancos no surgen por si mismos así como
así.
Sofía decidió estar muy atenta al día siguiente. Era viernes y tenía todo el fin de
semana por delante.
Subió a su habitación y abrió allí el sobre. Esta vez sólo había una pregunta en la nota,
pero la pregunta era, si cabe, más loca que aquellas tres que habían venido en la carta de
amor.
¿Por qué el lego es el juguete más genial del mundo?
En primer lugar, Sofía no estaba segura de estar de acuerdo con que el lego fuese el
juguete más genial del mundo, al menos había dejado de jugar con él hacía muchos años.
En segundo lugar, no era capaz de entender qué podía tener que ver el lego con la
filosofía.
Pero era una alumna obediente, y empezó a buscar en el estante superior de su
armario. Allí encontró una bolsa de plástico llena de piezas del lego de muchos tamaños
y colores.
Por primera vez en mucho tiempo, se puso a construir con las pequeñas piezas.
Mientras lo hacia, le venían a la mente pensamientos sobre el lego.
Resulta fácil construir con las piezas del lego, pensó. Aunque tengan distinta forma
y color, todas las piezas pueden ensamblarse con otras. Además son indestructibles.
Sofía no recordaba haber visto nunca una pieza del lego rota. De hecho, todas las piezas
parecían tan frescas y nuevas como el día, hacía ya muchos años, en que se lo habían
regalado. Y sobre todo: con las piezas del lego podía construir cualquier cosa. Y luego
podía desmontarlas y construir algo completamente distinto.
¿Qué más se puede pedir? Sofía llegó a la conclusión de que el lego, efectivamente,
muy bien podía llamarse el juguete más genial del mundo. Pero seguía sin entender que
tenía que ver con la filosofía.
Pronto Sofía construyó una gran casa de muñecas. Apenas se atrevió a confesarse a
sí misma que hacía mucho tiempo que no lo había pasado tan bien como ahora. ¿Por qué
dejaban las personas de jugar?
Cuando la madre llegó a casa y vio lo que Sofía había hecho, se le escapó: —¡Qué bien
que todavía seas capaz de jugar como una niña!
—¡Bah! Estoy trabajando en una complicada investigación filosófica.
Su madre dejó escapar un profundo suspiro. Seguramente estaba pensando en el
conejo y en el sombrero de copa.
Al volver del instituto al día siguiente, Sofía se encontró con un montón de nuevas
hojas en un gran sobre amarillo. Se llevó el sobre a su habitación, y se puso enseguida
a leer, aunque al mismo tiempo vigilaría el buzón.
La teoría atómica
Aquí estoy de nuevo, Sofía. Hoy conocerás al último gran filósofo de la
naturaleza.
Se llamaba Demócrito (aprox. 460-370 a. de C.) y venía de la ciudad costera
de Abdera, al norte del mar Egeo. Si has podido contestar a la pregunta sobre el
lego, no te costará mucho esfuerzo entender lo que que el proyecto de este
filósofo.
Demócrito estaba de acuerdo con sus predecesores en que los cambios en la
naturaleza no se debían a que las cosas realmente «cambiaran». Suponía, por lo
tanto, que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas e
invisibles, cada una de ellas eterna e inalterable. A estas piezas más pequeñas
Demócrito las llamó átomos. 
La palabra «átomo» significa «indivisible». Era importante para Demócrito poder
afirmar que eso de lo que todo está hecho no podía dividirse en partes más
pequeñas. Si hubiera sido así, no habrían podido servir de ladrillos de
construcción. Pues, si los átomos hubieran podido ser limados y partidos en
partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una
pasta cada vez más líquida.
Además, los ladrillos de la naturaleza tenían que ser eternos, pues nada puede
surgir de la nada. En este punto, Demócrito estaba de acuerdo con Parménides
y los eleáticos. Pensaba, además que los átomos tenían que ser fijos y macizos,
pero no podían ser idénticos entre sí.
Si los átomos fueran idénticos, no habríamos podido encontrar ninguna
explicación satisfactoria de cómo podían estar compuestos, pudiendo formar de
todo, desde amapolas y olivos, hasta piel de cabra y pelo humano.
Existe un sinfín de diferentes átomos en la naturaleza, decía Demócrito.
Algunos son redondos y lisos, otros son irregulares y torcidos. Precisamente por
tener formas diferentes, podían usarse para componer diferentes cuerpos. Pero
aunque sean muchísimos y muy diferentes entre sí, son todos eternos,
inalterables e indivisibles.
Cuando un cuerpo —por ejemplo un árbol o un animal muere y se desintegra,
los átomos se dispersan y pueden utilizarse de nuevo en otro cuerpo. Pues los
átomos se mueven en el espacio, pero como tienen entrantes y salientes se
acoplan para configurar las cosas que vemos en nuestro entorno.
¿Ya has entendido lo que quise decir con las piezas del lego, verdad? Tienen
más o menos las mismas cualidades que Demócrito atribuía a los átomos, y,
precisamente por ello, resultan tan buenas para construir. Ante todo son
indivisibles. Tienen formas y tamaños diferentes, son macizas e impenetrables.
Además, las piezas del lego tienen entrantes y salientes que hacen que las
puedas unir para poder formar todas las figuras posibles.
Estas conexiones pueden deshacerse para poder dar lugar a nuevos objetos
con las mismas piezas.
Lo bueno de las piezas del lego es precisamente que se pueden volver a usar
una y otra vez. Una pieza del lego puede formar parte de un coche un día, y de un
castillo al día siguiente. Además podemos decir que las piezas del lego son
eternas». Niños de hoy en día pueden jugar con las mismas piezas con las que
jugaban sus padres.
También podemos formar cosas de barro, pero el barro no puede usarse una
y otra vez, precisamente porque se puede romper en trozos cada vez más
pequeños, y porque esos pequeñísimos trocitos de barro no pueden unirse para
formar nuevos objetos.
Hoy podemos más o menos afirmar que la teoría atómica de Demócrito era
correcta. La naturaleza está, efectivamente, compuesta por diferentes átomos que
se unen y que vuelven a separarse. Un átomo de hidrógeno que está asentado
dentro de una célula en la punta de mi nariz, perteneció, en alguna ocasión, a la
trompa de un elefante. Un átomo de carbono dentro del músculo de mi corazón
estuvo una vez en el rabo de un dinosaurio.
En nuestros días, la ciencia ha descubierto que los átomos pueden dividirse
en «partículas elementales». A estas partículas elementales las llamamos
protones, neutrones y electrones. Quizás esas partículas puedan dividirse en
partes aún más pequeñas. No obstante, los físicos están de acuerdo en que tiene
que haber un límite. Tiene que haber unas partes mínimas de las que esté hecho
el mundo.
Demócrito no tuvo acceso a los aparatos electrónicos de nuestra época. Su
único instrumento de verdad fue su inteligencia. Y su inteligencia no le ofreció
ninguna elección. Si de entrada aceptamos que nada cambia, que nada surge de
la nada y que nada desaparece, entonces la naturaleza ha de estar compuesta
necesariamente por unos minúsculos ladrillos que se juntan, y que se vuelven a
separar.
Demócrito no contaba con ninguna fuerza» o «espíritu» que interviniera en los
procesos de la naturaleza. Lo único que existe son los átomos y el espacio vacío,
pensaba. Ya que no creía en nada más que en lo material, le llamamos
materialista.
No existe ninguna «intención» determinada detrás de los movimientos de los
átomos. En la naturaleza todo ocurre mecánicamente. Eso no significa que todo
lo que ocurre sea «casual», pues todo sigue las leyes inquebrantables de la
naturaleza. Demócrito pensaba que había una causa natural en todo lo que ocurre,
una causa que se encuentra en las cosas mismas. En una ocasión dijo que
preferiría descubrir una ley de la naturaleza a convertirse en rey de Persia.
La teoría atómica también explica nuestras sensaciones, pensaba Demócrito.
Cuando captamos algo con nuestros sentidos, se debe a los movimientos de los
átomos en el espacio vacío. Cuando vemos la luna, es porque los «átomos de la
luna» alcanzan mi ojo.
¿Y qué pasa con la conciencia? ¿No podrá estar formada por átomos, es decir,
por «cosas» materiales? Pues sí, Demócrito se imaginaba que el alma estaba
formada por unos «átomos del alma» especialmente redondos y lisos. Al morir una
persona, los átomos del alma se dispersan hacia todas partes. Luego, pueden
entrar en otra alma en proceso de creación.
Eso significa que el ser humano no tiene un alma inmortal. Mucha gente
comparte también, hoy en día, este pensamiento. Opinan, como Demócrito, que
«el alma» está conectada al cerebro y que no podemos tener ninguna especie de
conciencia cuando el cerebro se haya desintegrado.
Demócrito puso temporalmente fín a la filosofía griega de la naturaleza. Estaba
de acuerdo con Heráclito en que todo en la naturaleza «fluye». Las formas van y
vienen. Pero detrás de todo lo que fluye, se encuentran algunas cosas eternas e
inalterables que no fluyen. A estas cosas es a lo que Demócrito llamó átomos.
Mientras leía, Sofía miraba por la ventana para ver si aparecía junto al buzón el
misterioso autor de las cartas. Se quedó mirando a la calle fijamente, pensando en lo que
acababa de leer. Le pareció que Demócrito había razonado de un modo muy sencillo y, sin
embargo, muy astuto. Había encontrado la solución al problema de la «materia primaria»
y del «cambio».
Este problema era tan complicado que los filósofos lo habían meditado durante varias
generaciones. Pero al final, Demócrito había solucionado todo el problema utilizando
simplemente su inteligencia.
Sofía estaba a punto de echarse a reír. Tenía que ser verdad que la naturaleza estaba
hecha de piececitas que nunca cambian. Al mismo tiempo, Heráclito había tenido razón
al afirmar que todas las formas de la naturaleza «fluyen», pues todos los humanos y todos
los animales mueren, e incluso una cordillera de montañas se va desintegrando
lentísimamente, y lo cierto es que también la cordillera está compuesta por unas cositas
indivisibles que nunca se rompen.
Al mismo tiempo, Demócrito se había hecho nuevas preguntas. Había dicho, por
ejemplo, que todo sucede mecánicamente. No aceptó ninguna fuerza espiritual en la
naturaleza, como Empédocles y Anaxágoras.
Además, Demócrito pensaba que el ser humano carece de alma inmortal.
¿Podía estar totalmente segura de que esto era correcto?
No estaba del todo segura. Pero, claro, se encontraba muy al principio del curso de
filosofía.

COMPRENSIÓN DE LECTURA 
IDEA PRINCIPAL: 
''Demócrito suponía que todo tenía que estar construido por unas piececitas pequeñas e invisibles estas piezas las llamo átomos''
IDEAS SECUNDARIAS: 
*La palabra átomo significa indivisible, pues si los átomos hubieran podido ser limados y partidos en partes cada vez más pequeñas, la naturaleza habría empezado a flotar en una pasta cada vez más líquida.
*El lego es el juguete más genial del mundo.
PALABRAS DESCONOCIDAS:

MAPA CONCEPTUAL

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